La historia oficial estableció que durante su infancia, Benito Juárez abandonó su pueblo, San Pablo Guelatao, temeroso de que su tío lo fuera a regañar furiosamente luego de haber perdido uno de los borregos que cuidaba. Lo cierto es que, en su escrito Apuntes para mis hijos el propio Juárez señala que dejó su pueblo debido a la pobreza en que vivían ya que no había posibilidades de salir de ese estado de postración.
El historiador José Fuentes Mares escribió: "Dios era juarista", al referirse a la buena fortuna con que corrió don Benito durante la guerra de Reforma. En 1859, Juárez autorizó la firma del tratado McLane-Ocampo, por el cual, México cedía a Estados Unidos el paso a perpetuidad por el istmo de Tehuantepec y otros puntos del territorio nacional a cambio del reconocimiento de su gobierno. Estados Unidos cumplió con su parte e incluso apoyó con armas a las fuerzas liberales, sin embargo, el Congreso norteamericano no ratificó el tratado y nunca entró en vigor, con lo cual México puso a salvo su soberanía, y don Benito su imagen.
De 1857 a 1867, Juárez enarboló la Constitución de 1857 como bandera contra los conservadores, y luego contra la intervención francesa y el imperio de Maximiliano. Sin embargo, dadas las circunstancias del país, en ese lapso nunca pudo gobernar con ella. El Congreso le otorgó facultades extraordinarias para hacer frente a la grave situación que atravesó el país. La Constitución se convirtió así en una bandera política.
La batalla del 5 de mayo de 1862 fue transmitida en vivo y en directo desde Puebla, a través de una línea telegráfica que llegaba a Palacio Nacional. Desde ahí, el presidente Juárez estuvo al tanto de la jornada, desde las 9:30 de la mañana en que Zaragoza notificó que ya se divisaba la vanguardia francesa y hasta las 5.49 de la tarde en que llegó el famoso telegrama que anunciaba la victoria: "las armas nacionales se han cubierto de gloria".
Juárez y Maximiliano nunca se conocieron personalmente; sin embargo, meses después del fusilamiento del emperador, en octubre de 1867, cuando el cuerpo del archiduque se encontraba en la Ciudad de México, donde se le practicaba su segundo embalsamamiento, don Benito visitó el templo de San Andrés para ver el cadáver. Lo único que expresó Juárez al ver al austriaco fue: "Era alto este hombre; pero no tenía buen cuerpo: tenía las piernas muy largas y desproporcionadas". Y agregó: "No tenía talento, porque aunque la frente parece espaciosa, es por la calvicie".
El 30 de julio de 1867, el bergantín Juárez atracó en Veracruz con un prisionero que valía su peso en oro: Antonio López de Santa Anna. El presidente Juárez ordenó que de inmediato fuera juzgado por la ley del 25 de enero de 1862 -misma que condujo al patíbulo a Maximiliano, Miramón y Mejía y la cual seguramente llevaría por el mismo sendero a Santa Anna-. El juicio se llevó poco más de dos meses y el 7 de octubre se dictó sentencia: ocho años de destierro. Juárez, que esperaba que fuera sentenciado a muerte, decidió castigar a los jueces y los envió durante seis meses a las tinajas San Juan de Ulúa.
En 1869, el vapor Guatimoc realizó seis viajes de prueba en el lago de Texcoco antes de invitar a Juárez a presidir su recorrido inaugural. Entre vítores, cohetones y música, don Benito fue despedido en el muelle de La Viga. El vapor avanzaba arrojando su espesa estela de humo blanco cuando un gran estruendo sacudió a los invitados: una de las calderas había estallado. No hubo muertos pero sí un buen susto. Al hacer la crónica del siniestro en el periódico El Renacimiento, Ignacio Manuel Altarmirano escribió: "llama la atención la buena fortuna del presidente quien sale siempre ileso de todos los peligros". No era para menos, don Benito había logrado sobrevivir a diez años de guerra y hubiera sido una mala broma de la fortuna terminar en el fondo del lago de Texcoco.
Al caer la noche del 18 de julio de 1872, Juárez se encontraba en franca agonía por una afección cardiaca, para combatir los intensos dolores en el corazón, los médicos aplicaron sobre el pecho de don Benito agua hirviendo, esperando la reacción del músculo cardiaco. La piel parecía desintegrarse por la elevadísima temperatura del agua, pero el presidente aguantó firme la aplicación de los fomentos en dos ocasiones. Sin embargo, ya no había nada que hacer, cerca de las 11:30 de la noche falleció.
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